Sentados frente a la ventana, la "mama" hacía que Pancho y mi madre se
sentaran a mirar hacia afuera a través de una ventana. Siete, ocho
años, tenían. A veces caía una lluvia finita e insistente. Y no se
movían. Para nada. “Quietitos, nos quedábamos allí, en silencio, mirando
caer la lluvia”.
Adentro, la "mama", mi abuela, se dedicaba a ¿ limpiar,
ordenar, planchar? en la casa de la familia donde estaba empleada. Y
ellos sabían que tenían que quedarse así hasta que terminara.
“Sentaditos, quietitos, nos quedábamos. Ni nos movíamos. Sin molestar
mientras la "mama" trabajaba". Afuera caía la lluvia, quizás finita e
insistente, y ellos la veían sentados en unas banquetas, con la orden de
no moverse, de hacer como si no estuvieran.
Esto me contaba mi
madre. Por eso yo sé que hubo dos chicos de siete años u ocho años que
veían caer la lluvia, quizá finita e insistente, sentados en una
banqueta, quietitos y en silencio, en una casa en la que tenían
interdicta la mirada “hacia adentro”… La casa “de los otros” donde
trabajaba mi abuela.
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