3.11.11

"A favor de los pequeños..."


La vida está llena de mártires. No de los que nombra la historia con pomposidad o desprecio, según. No. La vida está llena de pequeños mártires y de pequeños crápulas también. Eso, también. Allí, en la mediocridad cotidiana, se reproducen los grandes gestos de la historia. O al revés. ¿O al revés?


Ella, con el papel en la mano que la condenaría y la salvaría, se repetía eso y se instalaba en su destino, el del que cae, el del que se da, el del que se entrega, y no consiente, consciente. Pequeñamente caía, se daba, se entregaba, en la pequeñez de su pequeña historia. Ella era su destino, con el papel en la mano.

 
Lo sabía, como sabía que la pequeñez del martirio no significaba pequeñez de sacrificio, sino lo contrario, paradoja igualadora, y siguió caminando presa de un vértigo que temió le impidiera dar los pasos necesarios hasta el final de la galería donde se escondía más que levantaba la oficina de Correos.


Pequeño gesto. Rebeldía tan pequeña. Y sin embargo… Le hablaba la abuela sirvienta. Le hablaba el padre, que lustraba zapatos a los 7 para comprar un pote de dulce de leche o un libro que calmara las ansias de escuela. Le hablaba la madre, que “trabajaba en casas” a los 8, 9, 10 años… Sostenían esas hablas.



Hay uno que se inmola para que otros... Lo sabía. Imaginó escenas de grandezas y de inmediato restringió la maniobra de ese pensamiento y hasta la grandilocuencia que había usado cuando se permitió el “inmola”. Era una nada la de su acto que la condenaba y la salvaba. Pero. Le llegaba el turno. Entregó el papel. Y se dispuso a ser lo que se propuso hacer.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario