3.11.11

Me besa en la frente

Me besa en la frente.
Me besa en la frente y todo mi cuerpo se rebela en convulsión de asco, escalofrío y repulsa contra ese beso que roza apenas la piel, que parece veneración pero es desapego, casi desprecio. No se besa en la frente a los que se ama, no hay pasión en el beso en la frente. Es un beso “y qué otra cosa”, un beso despedida, un beso que habla de muerte.
Me besa, entonces, en la frente, como a los difuntos, con la distancia, la lástima y las ganas de alejarse rápido de quien no significa nada o que significó algo pero ahora es un despojo, un simulacro de persona camino a la putrefacción. Ese convencional beso del rito por los muertos sobre la frente de esas cabezas que emergen obscenas de los féretros.
Me besa en la frente y yo lo odio por besarme en la frente. Y él sabe que lo odio y, por eso, vuelve a besarme en la frente. Y, como ya parezco muerta, lo dejo que me bese en la frente. Y, como aún hay en mí algún aliento de vida, siento ese beso en la frente y ahora puedo escribir que me besa en la frente como a la muerta definitiva que espera, la que ya no vea ni oiga ni sienta, y que el beso sirva para el propósito de los besos en la frente.
Me besa en la frente y me regala cada vez la escena: ya conozco qué rostro será su rostro cuando se incline sobre mi cabeza para darme un beso en la frente, porque asisto a mi funeral en cada ocasión en que me besa la frente.
Yo quisiera que no me bese en la frente. Yo quisiera irme. Quisiera que se fuera. “Pero los muertos están en cautiverio.”

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