19.10.11

Mi tía Olga y la Coca Cola

Mi infancia no fue paraíso alguno. Pero tampoco, como dice Benedetti que es posible que sea la infancia, "un infierno de mierda". Digamos que conocí una parte del primero y una buena porción del segundo. Qué se le va a hacer.

No voy a enumerar las ausencias que me convirtieron en una nena rodeada de adultos. Imaginen. 

Me dedicaré, en cambio, a rescatar un preciso momento, una frase reveladora, que las circunstancias antes mencionadas permitieron se me confiara para contribuir, digamos, a mi incipiente conciencia política (sí, leyeron bien, una niña no discrimina tópicos y es terreno fértil para el ¿adoctrinamiento? cuando asiste a las conversaciones de los "grandes", especialmente cuando, como adelanto, se la convierte en interlocutora, o receptora, mejor dicho, de mensajes ideológicos). 

La frase en cuestión me la regaló mi tía Olga, mi adorada tía Olga, que me abría las puertas de la zona Paraíso de mi infancia. Esa frase, consigna quizás, se metió en mi cabeza con una naturalidad y una intensidad que agradezco.

Aquí va. Previa introducción, claro, porque estoy aquejada de palabras que andan pidiendo pista. Una pista que no se extenderá más allá del punto final que cierra la frase. Lo prometo.

Mi tía Olga (estoy segura de que fue un dia de invierno con sol, mientras caminábamos, lo imagino, por el césped, en la zona donde, enmarcados por una crucería de cañas, se erguían unos  maravillosos, destellantes, justo, justo, pensamientos), con el énfasis que la caracteriza, los ojos grises verdes radiantes, segura de la verdad contundente que me transmitía, teatralmente magnífica en su gestos, dijo:

--Mirá, nena. A vos te pueden decir "esto es agua" pero lo que te dan es Coca Cola. Vos elegís. O te dejás convencer de que estás tomando agua o bien decís "no hay otra cosa y me quieren hacer creer que estoy tomando agua; pero esto, esto es Coca Cola. Esto, esto es Coca Cola".

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