Debe ser éste uno de los derechos más mentados de este mundo. Y un concepto que deviene una suerte de "conformismo" ante la adversa fortuna de padecer jefes, subjefes y otros mandamases que en el mundo son y han sido.
Sin embargo, se sigue adelante con la ilusión de que algún día el saldo quedará en cero y ya no habrá deudas. Entonces, uno dejará de pagar "derecho de piso" porque ya lo habrá adquirido con el sudor de su frente y, vamos, rompiéndose el culo o soportando las patadas en el ídem recibidas. Cuenta saldada, el piso es mío, puedo caminar por él sin pagar nada.
Uno empieza ese camino a veces duramente. Por ejemplo, en el primer empleo. Es tan fácil embromar al recién llegado.
Recuerdo lo que hacían en el banco donde tuve mi primera experimenté mi primera "relación de dependencia". Y sé que era y sigue siendo práctica común.
El novato que todo modosito trataba de hacer buena letra y, peor, el que se hacía el piola para demostrar que valía, era sometido a una rutina de esas que Arlt supo discursear como pocos.
--Fulano(a), andá a pedir los sobres redondos para las circulares internas.
Ante la orden ¿quién tiene lucidez para discernir el dislate? Y si lo discierne, ¿quién se le animaba al "superior en jerarquía". Y allí se pagaba la primera cuota del derecho de piso. Otra:
--Che (puede que hubiera pasado a la categoría "de confianza") decile a Zutano que te dé la caja de tildes (como se sabe, uno pone "tildes" junto a las cifras ya verificadas en un los cálculos contables).
A mí, que era incapaz de abrir la boca y me pasé un largo mes o más aprendiendo a contar los fajos de billetes en la tesorería del Banco Federal, propiedad de Eurnekian, me enviaron a buscar "tinta Pelikán" o algo por el estilo. Yo fui, desde luego, donde me mandaron. Y el que me envío, flor de hijo de puta, sabía que no yo no jodía a nadie. Me acuerdo de los ojos del "jefe" (bueh, en la categorización bancaria había todo tipo de escalafón) descubrí que algo raro pasaba, pues en esa mirada había un poco de "y bueno, otra que debe pagar derecho de piso, ta bien" pero además algo de compasión por mi persona, como si hubiera pensado "Mirá este boludo con quién se mete". Como si fuera ahora mismo, siento cómo me miró a mí y, casi instantáneamente, al victimario. Que seguro había sido víctima y era un paria como yo, pero con mayor antigüedad. No fuera cuestión de que alguien se quedara sin pagar derecho de piso. Después, no mucho, supe cómo se le llama a esa gente..., son los cipayos, los bastardos, los mal nacidos, los capaces de la delación. Reverendos hijos de puta que gozan viendo en el otro la propia humillación...
Y a cuento de qué ese relato. Pues el otro día mi actual superjefe me pidió que preguntara algo relacionado con mi actividad laboral. Si leen mi perfil sabrán que edito libros. Se supone que me encargo de lo relacionado con lo textual, con todo lo relacionado con el texto , pero no con cuestiones técnicas como gramaje del papel, pliegos y asuntos de imprenta. Sé que debo conocer y saber, aunque no es mi absoluta incumbencia.
Sin embargo, otra vez, sentí lo mismo cuando el superjefe me recomendó:
--Por favor, pregúntele a XX si hay problemas con el 88-112 si usamos ese formato (se refería al tamaño del libro).
En ese preciso instante supe que iba a quedar como una boluda; así que con mi mejor sonrisa le pregunté a XX qué era el 88-112 y tuvo la gentileza de decírmelo: es el tamaño de la plancha de papel, 88 x 112 cm. Sin embargo, la sensación de que sigo pagando derecho de piso no se apartó desde entonces de mi pensamiento. Porque, vamos, si él maneja todos los hilos y pretende saberlo todo y tomar la última decisión hasta del subtítulo de un capítulo, bien podía preguntarlo él mismo. Simplemente, una cuota más de derecho de piso.
Por suerte, pude contarle a XX mi sensación; me entendió porque él tambien aporta habitualmente a la caja "derechos de piso". Y me contó lo siguiente: a un aprendiz recién llegado a la imprenta donde trabajaba, muy engreído el muchacho y que se las daba de sabelotodo (bueno, eso es lo que XX dijo), le pidieron esto
--Andá a buscar una piedra para afilar pinceles.
El pibe regresó muy contento (supongo que los años lo habrán hecho consciente y volverá a hacer lo que le manden, pero a sabiendas de que lo forrean) con un adoquín en el bolso, y sofocado pero contento, les comunicó:
--Aquí tienen lo que pidieron...
Es lo que digo, el trabajo, definitivamente, no es salud y, mucho menos, dignifica...
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