Supongo que los especialistas ya habrán elaborado hipótesis al respecto. Me refiero a lo que sucede con la gente en cuanto sube a un medio de transporte que dispone de comestibles y "bebestibles", especialmente los terrestres ( los transportes) y, por supuestísimo, los fluviales como Buquebús también, que, además, cuenta con Free Shop para saciar ansias consumistas. Pero eso da para otro post, así que valga como mención al paso. En los aviones, por intrínsecas características, la conducta del pasajero no sigue los mismos patrones.
Pregúntome, pero no sé si podré responderme, a qué se debe esa imperiosa necesidad de desplazarse una vez acomodado el equipaje, o casi, para ir en busca de gaseosas, café, agua mineral, sándwiches, tortas, tartas, empanadas..., según la oferta, a desmesurados precios, o gratuita; y si es gratis ¡peor! (o mejor, depende del punto de vista).
Apenas uno se ha instalado en su asiento, apenas uno se dice "qué bueno, un viajecito relaja, empiezo mis vacaciones" o "tengo un rato para distenderme antes de llegar", cuando se inicia el ir y venir por el(los) pasillo(s) que se convierte(n) en una carretera sumamente transitada y, claro, peligrosa. Bandejas que hacen equilibrio sobre nuestras cabezas; niños que corren llevando un vaso descartable lleno hasta el tope y pasan rozando nuestras personas (ay, qué lindos nenitos que tiene señora!); hombres y mujeres portando comida suficiente para satisfacer el hambre de varios días, que engullen plenos de satisfacción, como si hubieran pasado una temporadita en huelga de hambre.
¿Ansiedad? ¿Necesidad de que pase el tiempo? ¿Angurria? Es cierto, luego de un tiempo, si el viaje es algo prolongado, el tránsito es menos denso. Pero entonces, , como la naturaleza sigue "su trámite", el ir y venir se debe a las necesidad fisiológica de expeler los desechos producto de la ingesta. De modo que la dirección es hacia y desde el toilette. "Permiso", dice la señora que se ha sentado del lado de la ventanilla, y nos incrusta la cartera en un ojo. "Con perdón", se disculpa el caballero y nos despierta de un sueñito maravilloso en que nos veíamos liberados del estrés en alguú sitio que nos espera, o de nuestro estado de concentración para pergeñar estrategias laborales.
Y así siguen las cosas hasta que, por fin, llegamos a destino. Y entonces, otra vez la ansiedad generalizada. Todos, TODOS pretenden descender PRIMERO. Hay que bajar YA, no importa si se debe someter al prójimo a empujones y pisotadas, o incluso derribarlo a él y a su equipaje: la avalancha de seres que pugnan por salir del vehículo que, felizmente, ha atracado, aterrizado, estacionado "con felicidad", es de una pujanza inimaginable. Tanta energía sería digna de más sublimes propósitos. Lo gracioso es oír las indicaciones que desde los altavoces se refieren a la necesidad de "permanecer en sus asientos hasta que...". Ni modo de poder recordar la recomendación completa.
Para preservar nuestra integridad física lo mejor es quedarse sentado(a), mirar con displicencia tanto despliegue de fuerza en pugna por "salir", estar alerta por si alguna valija, bolso, cartera, bultos varios, sombrillas o cualquier otro adminículo nos abata de un golpe, y esperar nuestro turno para luego, con el resto de dignidad que nos queda, abandonar el vehículo que, afortunadamente, arribó a destino sin otro contratiempo que los "peligrosos deambuladores" que viajaron con nosotros.
Me queda el consuelo de haber observado, en mi último viaje, durante un largo rato (con toda la discreción que me fue posible) a un señor de "cierta edad", para ser políticamente correcta, adorable él, que luego de sentarse con absoluta tranquilidad, extrajo de su bolso un muy estético termo de acero inoxidable, se sirvió una medida correspondiente a la tapa que hace las veces de recipiente para beber, comió algunas porciones de una tarta prolijamente envuelta en una bonita servilleta y luego, sin mirar siquiera a su alrededor, se dedicó a leer un libro. Tanta serena placidez me provocó envidia, pues ajeno al traqueteo e inmerso en su mundo, realizaba una especie de ritual repetido quién sabe cuántas veces. No lo vi descender. ¿Lo habrá hecho, o sólo estaba allí para enseñarme cómo debe ser el comportamiento durante los viajes?
Silvine,
ResponderBorrar¿Y cuál era tu destino, San Juan, Puerto Rico? Tal parece q estás describiendo un vuelo de San Juan a Nueva York o vice-versa. No voy a describirte el estado en que queda un avión que recorre estas rutas porque me averguenzo.
Un abrazo,
María Boricua