25.10.04

Amadeus...

Ragdoll, macho, bicolor blue.
Así dice algo que llaman pedigrí. Tenía una falla en el color y por eso, era impresentable en los shows o para criar. Eso dijeron los expertos.

Para nosotros, era una nube blanca y mullida, una expresión soñadora que surgía de sus ojazos azules, un torbellino de dulzura, una manifestación de la belleza que a veces ofrece la vida.

Apenas había cumplido dos años con nosotros, pero tropezó con un destino cruel. Se lo llevó, pese a su obstinación por seguir viviendo, una enfermedad que lo venció, pero de pie, tratando de escapar de ella. Nunca se rindió, si eso sirve de algo.

Me dejó un vacío infinito, la sensación de que se me escapa lo que más amo, silencio, ausencia de él, pura ausencia.

No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

Menos mal que existen los que sienten como uno y lo dicen mejor, muchísimo mejor, inmejorablemente mejor.

Gracias, Miguel Hernández, que antes de saber cuál sería tu final, te rebelaste a la desgracia. Me hacían falta tus palabras.

Chau, Amadeus, Amadeusis, Amadeusín... Cantaré tu nombre con la música de Edelweiss, que no sé si te gustaba, pero nunca me dijiste lo contrario.




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