10.5.22


Mi prima la Elsita


Ahora que lo pienso, mi prima la Elsita era botinera.
Hasta Avellaneda desde Parque Patricios, cada vez que el Racing Club jugaba de local, se adelantó a Paula, la de la canción de Sabina, y cada dos domingos se instalaba oronda en la "platea femenina" del estadio.
Iba con su hermana mayor, la Elenita, que se llamaba como la mamá, pero en diminutivo, que en plena adolescencia ostentaba anillo de comprometida (y enseguidita de casada), que ella mostraba como escudo al muchacho que se le ocurriera abordarla. Ella ya era de otro equipo de muchachas..

A veces, también las acompañaba la prima Norma Alicia, así nombrada por la madre para reprocharle alguna inconducta. La recuerdo con ambos nombres: ella nunca fue "la Normita". Otra historia, pero imaginen que el motivo es que tengo para reprocharle inconductas "de prima jodida".

La cuestión es que la Elsita amaba, pero locamente amaba, al Chango Cárdenas, en los años de gloria de la Academia. Lo iba a ver jugar. Lo iba a ver jugar a él, y a todo ese "equipo de José". ¡El equipo de José! El padre, el tío José, y el sobrino mayor, de casi su edad, Juancito (y sí, los diminutivos eran plaga en la familia de mamá) eran fanáticos del Racing Club de Avellaneda.
Todo había empezado, en verdad, en La Paternal, entonces. Pero queda para otra vez indagar en la fantasía, porque no tengo a quién preguntar, cómo se hicieron hinchas de la celeste y blanca allá en los pagos de de por la calle Nicasio Oroño donde el Bicho campeaba lindo. Vivir en Parque Patricios no contaba, porque una era hincha del club de los amores de papá. Y la Elsita y la Elenita iban a bailar a Huracán, pero nunca se rebelaron con un "Dale, Globo, Dale".

Vuelvo (soy escritora llena de excursus, sepan disculpar o no).
Mi prima la Elsita era botinera. Y sí. Amaba al Chango Cárdenas, a sus ojos verdes y su piel aceitunada, que saludaban desde las fotos con que empapelaba su habitación, y delibraba cuando Racing campeonó gracias a su gol justo a tiempo para la gloria.

De un domingo a domingo por medio, se hizo amiga de la hermana del ¡Panadero Díaz! en esas tardes de hinchar en la tribuna destinada al género. Una adelantada, la Elsita, en saber de offsides, tiros libres, marcadores de punta, árbitros vendidos y etcéteras del fútbol.
Así, conociendo de primera mano los pasos del equipo, dónde entrenaban, cuándo jugaban, en qué cancha lo harían, enviaba cartitas al club y hasta hubo alguna llamada a la "concentración" gracias a un alguien "con contactos" que le dio el número de teléfono.

Cuánto duró ese enamoramiento platónico no puedo decirlo. Tendríamos los años de la primera adolescencia. Pero ella alentó intensamente llegar conocerlo, atarlo a su pasión primera de novia de barrio y llevarlo a algún altar, si era posible de la iglesia parroquial del barrio.

Qué dirá, qué sentirá, si sigue por aquí la Elsita, y la Elenita y hasta Norma Alicia qué dirán y sentirán, hoy que supimos que el Chango hermoso goleador, el de los ojos verdes y piel de aceituna, se despidió para siempre.

Ah, esos hermosos amores para siempre, que no se estropean con la realidad, que quedan en fotos pegadas en el espejo del placard, en la cabecera de la cama, y en el nombre grabado en los cuadernos de la escuela secundaria que la Elsita no terminó...
Con brutal manotazo al timón, eligió, olvidando sueños y pasiones, "para encontrar un novio", frecuentar cada sábado Bamboches, muchos Bamboches, hasta terminar con un casamiento que luego supe no la hizo feliz, para nada feliz. Pero había que "encontrar un novio". Y, claro, casarse.

¡Gloria eterna a la Elsita botinera "de la primera hora", esa romántica que quería amor y no la Vuitton, que soñaba ser la compañera de un jugador de fútbol del Racing (que no fue ni a París, ni a Barcelona, ni a Gales, sino muy a y de Avellaneda), allí en su pieza de la casa chorizo con embaldosados patios y su pérgola y su parra, sus paredes descascaradas, su belleza, pero de pobrerío del que tenía que huir!

Lástima grande que el Chango no le respondió.

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