La escena final de la película "Momentos", de María Luisa Bemberg, protagonizada por Graciela Dufau, Miguel Ángel Solá y Héctor Bidonde, viene a mi recuerdo de manera intolerablemente conmovedora. Conmovedora por la revulsión de sentimientos que me provoca, por la sobrecogedora conmiseración y, por qué no, identificación con Lucía-Graciela.
No creo que dure más de dos minutos... La excelencia de las actuaciones, la atmósfera recreada por la puesta en escena, los tonos, los silencios, los ademanes justos son suficientes para decir y mucho. Pero creo que no se pronuncia palabra. No lo puedo asegurar, no he visto nuevamente la película. Acudo a mi memoria, que suele ser implacable a veces.
A propósito de querer escribir sobre este recuerdo, que vuelve una y otra vez en estos días, he leído alguna reseña y no me convence la explicación de "marido condescendiente y comprensivo recibe nuevamente a esposa más joven tras haber tenido una aventura extramatrimonial con un joven y algo inescrupuloso Nicolás-Solá...". No es así o, al menos, hay más complejidad en lo vínculos.
Sí lo han herido a Mauricio-Bidonde. Pero recreo, percibo, experimento otras sensaciones respecto de su reacción. Prefiero no desentrañar un mensaje. No sé si el cine los transmite o debería hacerlo (siempre). Se trata de otra cosa lo que quiero desmontar, si se me permite el tecnicismo.
Viajo a esa escena, "la" escena del filme, para mí, en final impecable.
Ella regresa en miserable estado. Se ha escapado sola, en tren, de aquello que si una vez la atrajo, hoy la espanta... Y quisiera que miserable se entendiera también en el sentido en que se lo usa en inglés, mucho más a menudo que en nuestro idioma (I feel miserable significa mucho más que "me siento mal", cala mucho más hondo, mucho más tremenda es la emoción o percepción de sí y de los demás que evoca: desmoronamiento moral o físico, dolor punzante, derrota momentánea, quizás, pero avasalladora, paralizante; refiere un estado físico y del ánimo devastado.., bueno, eso pienso, creo, adivino).
Sigo y digo, ella entra a la casa cabizbaja, indefensamente cabizbaja, culpable de todas las culpas por esa aventura que terminó en regreso imprescindible a lo conocido, a lo cobijador. Tiene frío, mucho, mucho frío...
Él, marido que comprensivo, le permite entrar, la hace sentar a la mesa donde está servido el guiso de arroz que se ha preparado y, con gestos mínimos y escuetas palabras le hace saber que allí está, que la recibe pero con reservas. Porque hay en su despliegue de miradas y ademanes un hacerle sentir a ella que no pudo sostener la salida del refugio que sólo él le puede prodigar. No hay enojo, hay un resentimiento contenido, con un casi un dejo de alegría, de superioridad en su certeza de que Lucía no podía volar muy lejos. Magnánimo, diría, en su segura serenidad, la mira como va a mirarla siempre: como un pajarillo mojado, frío y hambriento.
Lucía, temblorosa, desencajada, se lanza sobre la mesa tendida como hacen los que tiene un hambre que no saciará guiso alguna, pero con la avidez del que está seguro de que no hay otro que pueda alimentarla. Come directamente con una cuchara de la fuente, a grandes bocados, sin levantar la vista, sin mirarlo a él... Atribulada derrota la suya. Él la mira fijamente, todo el tiempo, inmutable.
No sé calificar este filme. No pretendo analizar sino ese lazo entre la pareja Lucía-(vale recordar que él ha sido su psiquiatra, que ella tiene una historia de pérdidas y es lábil, muy lábil, aunque haya cometido la proeza de lanzarse a los brazos de un joven que aparece, quizás, como una evocación de lo que se truncó, de lo que no pudo ser, en un ayer luminoso que Mauricio reparó (por cierto, no es dato menor que el psiquiatra se haya convertido en ¿pareja? de Lucía, como una prolongación quizá... dejemos aquí).
La escena es increíblemente polisémica. A mí me parece que es para ver y rever y entender que ese guiso de arroz que le quita el frío y el hambre es, como dije, el único posible. Y eso resulta... abrumador. Pero hay más para indagar. Mucho más. película "Momentos", de María Luisa Bemberg, protagonizada por Graciela Dufau, Miguel Ángel Solá y Héctor Bidonde, viene siempre a mi recuerdo de manera intolerablemente conmovedora. Conmovedora en el sentido de revulsión de sentimientos, de impacto, de sobrecogedora conmiseración por el personaje de Lucía-Graciela.
No creo que dure más de dos minutos... La excelencia de las actuaciones, la atmósfera recreada por la puesta en escena, los tonos, los silencios, los ademanes justos son suficientes para decir y mucho. Pero creo que no se pronuncia ninguna. No lo sé, no he visto nuevamente la película. Acudo a mi memoria, que suele ser implacable a veces.
A propósito de querer escribir sobre este recuerdo, que vuelve una y otra vez en estos días, he leído alguna reseña y no me convence la explicación de "marido condescendiente y comprensivo recibe nuevamente a esposa más joven tras haber tenido una aventura extramatrimonial con un joven y algo inescrupuloso Nicolás-Solá... No. Sí lo han herido a Mauricio-Bidonde. Pero recreo, percibo, experimento otra sensación respecto de su reacción. Prefiero no desentrañar un mensaje. No sé si el cine los transmite o debería hacerlo (siempre). Se trata de otra cosa lo que quiero desmontar, si se me permite el tecnicismo.
Viajo a esa escena, la escena del filme, para mí. Ella regresa en miserable estado. Se ha escapado sola, en tren, de aquello que si una vez la atrajo, hoy la espanta... Y quisiera que miserable se entendiera también en el sentido como se lo usa en inglés, mucho más a menudo que en nuestro idioma (I feel miserable significa mucho más que "me siento mal", cala mucho más hondo, mucho más tremenda es la sensación que evoca, de desmoronamiento moral o físico, de dolor punzante, de derrota momentánea, quizás, pero avasalladora, paralizante; refiere un estado físico y del ánimo devastado.., bueno, eso pienso, creo, adivino).
Sigo y digo, ella entra a la casa cabizbaja, indefensamente cabizbaja, culpable de todas las culpas por esa aventura que terminó en regreso imprescindible a lo conocido, a lo cobijador. Tiene frío, mucho, mucho frío...
Él, marido que comprensivo, le permite entrar, la hace sentar a la mesa donde está servido el guiso de arroz que se ha preparado y, con gestos mínimos y escuetas palabras le hace saber que allí está, que la recibe pero con reservas. Porque hay en su despliegue de miradas y ademanes un hacerle sentir a ella que no pudo sostener la salida del refugio que sólo él le puede prodigar. No hay enojo, hay un resentimiento contenido, con un casi un dejo de alegría, de superioridad en su certeza de que Lucía no podía volar muy lejos. Magnánimo, diría, en su segura serenidad, la mira como va a mirarla siempre: como un pajarillo mojado, amedrentado y hambriento.
Lucía, temblorosa, desencajada, se lanza sobre la mesa tendida como hacen los que tiene un hambre que no saciará guiso alguno, pero con la avidez del que está seguro de que no hay otro que pueda alimentarla. Come directamente con una cuchara de la fuente, a grandes bocados, sin levantar la vista, sin mirarlo a él... Atribulada derrota la suya. Él la mira fijamente, todo el tiempo, inmutable.
No pretendo calificar la película. Sólo volver la mirada en el vínculo Lucía-Mauricio (vale recordar que él ha sido su psiquiatra, que ella tiene una historia de pérdidas y es lábil, muy lábil, aunque haya cometido la proeza de lanzarse a los brazos de un joven que aparece, quizás, como una evocación de lo que se truncó, de lo que no pudo ser, en un ayer luminoso que Mauricio reparó (por cierto, no es dato menor que el psiquiatra se haya convertido en ¿pareja? de Lucía, como una prolongación quizá... dejemos aquí).
La escena es increíblemente polisémica. A mí me parece que es para ver y rever y entender que ese guiso de arroz que le quita el frío y el hambre es, como dije, el único posible. Y eso resulta... abrumador. Lucía ha vuelto a su sitio seguro pero ¿a qué costo? ¿Acaso no se devela en su regreso que su vínculo con Mauricio se renovó pero en con un desequilibrio de posiciones que valdría la pena indagar.
Definitivamente, el tema de "Momentos" no es (sólo) el adulterio de una mujer visto por una mujer, sino una historia de cómo se tejen las relaciones humanas, de su condición y concesiones cuando se pone en juego el amor y sus circunstancias.