17.1.13

"Abrite, Agolino..."


Contaba mi papá que su hermano era de los de espalda contra espalda para acompañarse. Lo amaba violentamente..., como para renegar de él y buscarlo en las pesadillas gritando su nombre.

Ese nombre pronunció, contaba, con voz acuciante, cuando el bote en el que iban, por Punta Lara, se les dio vuelta ante la embestida de ese río traicionero, el de La Plata que nunca fue. Cómo no iba a ser engañador el río ése.

Iban, pues, tres amigos en ese botecito enclenque, tras asado de domingo de salida al sol, en cofradía amistosa que se juntaba en una casilla ¿sobre la costanera? Un día de sentirse libre, de andar de masculinas aventuras. Invitación a qué negarse la del río allí y un bote a mano para montarlo.

Así que iban, en el botecito, tres amigos, dos de ellos hermanos de espalda contra espalda, uno mi padre, y un oleaje repentino del río que se picaba sin anunciarlo los dejó desamparados en el agua cuando se hundió sin una tabla de naufragio a la que asirse.

Agolino sabía nadar; mi padre se las arreglaba para flotar “más o menos”; el tercero, pobrecito, no podía sino debatirse.

La mente de mi papá era una máquina precisa ante el peligro; se le ponía serena, me confiaba, y le permitía hacer cálculos y aprontar, preciso, el cuerpo, para decidir cómo actuar. Y eso no me lo tenía que explicar mucho...

Dice que como un relámpago pensó que todos se hundirían si se quedaban juntos; que “éste nos va a arrastrar con él, yo apenas me las arreglo pero Agolino sabe nadar..., él se puede salvar...” Mejor separarse, mejor separados... Esto mientras mi tío y él seguían juntos y el desesperado ya tosía agua...

Y entonces lo gritó: “¡Abrite, Agolino, abrite! Vos nadás, ¡abrite! ¡Abramosnós!

Mi tío lo miró a mi papá que lo miró; se miraron rápido... Comprendió y por comprender se alejó nadando.

Braceaba y pataleaba mi padre su nado chapucero, más bien en vertical, pero avanzando; hacia el lado opuesto, claro, intentando toparse con la salvación...

Que llegó cuando con la punta de sus dedos rozó la superficie de un banco de arena... otra de las trampas de ese río mañoso. Pero esta vez socarroneó una ayuda. Esta vez. Era un apenas, pero le permitía “hacer pie”. Y allí sintió que tal vez la aventura sería para contarla.

Y “vuelvan que acá hago pie, vénganse; Agolino, Agolino, hago pie”. Agolino regresó al llamado de mi padre..., y entre los dos arrastraron al amigo que ya no daba más.

“Nos salvaste, Mauricio, mirá, nos salvamos”... Y todos miraron cómo se acercaba una lancha de Prefectura.